"Lo que nadie más ve"
Finalmente estoy lista para salir. Hoy es el día, pienso, pero justo cuando me dispongo a hacerlo los pensamientos comienzan a brotar uno por uno: ¿Qué tal si mueres?, ¡No lograrás nada!, No eres tan fuerte...
Tomo el picaporte y abro la puerta para luego cerrarla aterrada, saco mis audífonos, pongo música a todo volumen para tener la fuerza suficiente y entonces la abro del todo. La luz del sol inunda mi rostro, tan cegadora como nunca. Habían pasado meses desde la última vez que sentía el aire fresco y el calor puro en el rostro. Me puse a andar y por fortuna nadie se atravesó en mi camino.
Al fin llego a la tienda de comestibles para buscar lo que necesitaré para los próximos meses y es cuando la pesadilla comienza, mis audífonos se quedan sin batería llevándose con ella mi única forma de no colapsar. Me doy cuenta de que hay miles de personas a mi alrededor, mirándome, viendo todos y cada uno de mis defectos (¿o solo lo estoy imaginando?), sé perfectamente que no debo entrar en pánico, pero este se apoda de mí incluso antes de darme cuenta.
Mi respiración se empieza a agitar y el aire que respiro no es suficiente para llenar mis pulmones, mis manos tiemblan tanto que me es imposible tomar la pastilla de rescate de mi bolso. Me muerdo las mejillas para no llorar, pero lo hago tan fuerte que el regusto a sangre comienza a brotar en mi boca.
El tranquilizante comienza a actuar, los sonidos empiezan a alentarse y mis manos dejan de temblar para dar paso a una profunda y completa relajación.
No me di cuenta en qué momento me había sentado en el suelo hecha un ovillo, pero al abrir los ojos veo a un chico sosteniendo mi mano, (¿o era acaso yo la que lo sostenía?) solo entonces me doy cuenta de que le estoy cortando la circulación y suelto su mano, la mía esta tan agarrotada que la agito para acabar con la sensación de adormecimiento. No hay personas aglomeradas a mi al rededor lo que me da un completo alivio, solo estamos yo y el chico de rostro gentil mirándome sin el típico rostro de preocupación. Es entonces cuando levanta su mano y me acomoda un mechón de cabello empapado en sudor detrás de la oreja.
— ¿Cómo estás? —pregunta sin obtener respuesta alguna de mi parte. Es verdad que la gran crisis había pasado, pero no lo había hecho del todo, como siempre quedaba una pequeña angustia dentro de mí.
Me cuesta entender por qué no puedo estar rodeada de personas, una actividad tan sencilla como salir a comprar algo a la tienda parece una tortura mental. Cómo me gustaría que los demás vieran que no lo invento y que no disfruto en absoluto esta sensación...
Es entonces cuando me doy cuenta que aquel chico lo entendía, sabía que no lo inventaba y me eché a llorar, él solo puso su gentil mano sobre mi espalda sin decir palabra y esperó lo que me parecieron horas a que me calmara, luego me ofreció la mano para levantarme y me acompañó en silencio por la tienda para ayudarme con lo que necesitaba. Era la primera vez que me sentía cómoda con un extraño y aunque nadie lo viera, ese día había logrado algo, a pesar de la crisis logré salir de casa y comprar lo necesario y sabía que era un paso enorme para luchar contra aquella enfermedad que nadie más veía.
Nacer solos no significa que tengamos que enfrentarnos al mundo de la misma manera...
Comentarios
Publicar un comentario